“Y cuando oí estas palabras me senté y lloré, e hice duelo por algunos días y ayuné y oré delante del Dios de los cielos”. Nehemías 1:4
He aquí las cuatro razones más breves que conozco:
1– La oración me hace esperar. No puedo orar y trabajar al mismo tiempo. Tengo que esperar hasta que termine la oración para actuar. La oración me obliga a abandonar la situación en las manos de Dios; me hace esperar.
2– La oración aclara mi visión. Cuando uno enfrenta una situación ¿no está todo nublado? La oración se encarga de disipar esa neblina. Tu visión se aclara para que puedas ver a través de los ojos de Dios.
3– La oración tranquiliza mi corazón. No puedo preocuparme y orar al mismo tiempo. Hago una cosa o la otra. La oración me tranquiliza. Remplaza a la ansiedad por un espíritu calmado. ¡No se pueden dar golpes con las rodillas cuando estamos arrodillados!
4– La oración activa mi fe. Luego de orar estoy más inclinado a confiar en Dios. ¡Cómo soy de gruñón, negativo y crítico cuando no oro! La oración enciende la fe.
La oración fue el paso principal de Nehemías en su marcha hacia el liderazgo efectivo.
¿Hallaste ríos que crees insalvables? ¿Montañas en las cuales no puedes abrir túneles? Dios se especializa en las cosas que crees imposible. Él hace lo que otros no pueden hacer.
El Señor es el especialista que necesitamos en esas experiencias insalvables e imposibles. Él se deleita en realizar lo que nosotros no podemos. Pero Él espera que clamemos. Espera que le hagamos la petición. Nehemías solicitó rápidamente la ayuda. Su posición favorita cuando se hallaba en problemas era la posición de rodillas.
¿Cuál es la tuya?
Tomado del libro: “Pásame otro ladrillo” de Charles Swindoll
lunes, 29 de junio de 2009
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